Somos lo que aprendemos y aprendemos lo que vemos. No nacemos enseñados y menos conocemos aquello que no hemos visto.
Por eso, es tan importante salir de la burbuja informativa de nuestras redes sociales y huir, tan rápido como podamos, del sesgo de confirmación que nos convierte en un monstruo que masifica sus creencias y se vicia de sus pensamientos.
No es fácil. Pero nadie dijo que escuchar opiniones contrarias a la tuya lo fuera.
Cada día me canso de ver escritos con dogmas e ideas intransigentes, extremas e impermeables. Y esa, amigos míos, es la lacra de este siglo. Los extremos silencian. Los extremos son una manera más de censura.
¿Cómo voy a decir mi opinión si voy a crear una discusión exaltada y visceral? ¿Cómo voy a dar mi opinión si no me posiciono en el sí o en el no? ¿Cómo voy a dar mi opinión si no puedo sentar cátedra de este tema?
Pero ¿dónde ha quedado el diálogo? En los extremos no se razona, se impone.
Quizás debamos pensar más en nuestro silencio y soledad para crear una burbuja abierta donde el esfuerzo de leer y absorber las opiniones contrarias sea un ejercicio obligado.
Callar, escuchar y filosofar, como diría Darío Sztajnszrajber:
“La filosofía no resuelve problemas, los crea. No formula preguntas para encontrar sus respuestas, sino que parte de las respuestas instituidas para desmontarlas con su batería de preguntas. En especial con su pregunta predilecta: ¿por qué? La pregunta infantil, la pregunta sin sentido.”
¡Qué manía en creer que existe una sola verdad, una sola opción válida y tener miedo a rectificar!
Volvamos a las conversaciones que ayudan a pensar y abrir la mente como un discípulo al maestro, sea quien sea la persona que tengamos delante, aprovechemos para descubrir.
Me he propuesto hablar menos y escuchar más, admirar a esa gente que me rodea que sí sabe hacerlo y aprender. Tener la humildad de cambiar de opinión sin más.
Empezamos un nuevo curso, ¡aprovechemos!