La influencia de las redes sociales cambia el comportamiento de la gente y nuestra manera de afrontar experiencias cuotidianas. Como ir a un restaurante, por ejemplo. Hoy nos fijaremos en este caso y es que cada vez hay más personas que eligen dónde ir a comer por el perfil de Instagram.
Todo evoluciona y escoger dónde comer, también. La elección en función de los comentarios en Tripadvisor o Google es cada vez más cosa del pasado y ahora aplicamos lo de comer con los ojos. La web influye, la opción de reservar mesa sin tener que esperar a ver si cogen o no el teléfono también, pero cada vez tiene más peso Instagram. Vemos dónde va la gente que seguimos en las redes y queremos lo mismo. Amor al primer mordisco. Los restauradores se van dando cuenta y la presentación de los platos ha adquirido una gran importancia e incluso en algunos locales recomiendan cómo quedará mejor la foto o piden que se les etiquete para poder repostearlo más tarde.
Ir a comer ha adquirido el grado de experiencia, no es tan solo la función básica de alimentarse. La mejor comida del mundo puede sentarnos peor en un local poco acogedor, frío o con una iluminación desigual. ¿Hay clientes decepcionados con un restaurante porque la luz impide hacer buenas fotos? Pues sí. Son nuevos tiempos y hay que adaptarse porque la gente quiere vivir una experiencia y compartirla con los amigos, familiares o seguidores. Es un pack que no puede quedar huérfano en ningún aspecto o tendremos un cliente insatisfecho.
Los negocios evolucionan y la restauración no es ninguna excepción. La imagen de un local queda influenciada por la web, la sala, el servicio, el tiempo de espera, así como la comida, cómo se presenta y cómo se puede compartir. No es extraño que existan cursos destinados a restaurantes sobre las redes sociales y webs, así como numerosos tutoriales o aplicaciones como orders2.me para pedir comida y fomentar a su vez las relaciones en redes. Al final la calidad de la comida dictará sentencia, pero un plato sabroso ya no es sinónimo de éxito porque la competencia es enorme y queremos vivir un proceso completo. El cliente quiere la opción de compartirlo. Y cuando lo hace, el restaurante también puede aprovecharlo, ya que se abre la puerta a nueva clientela, el comensal siente que recibe un trato más personal y tenemos así un vínculo que funciona para las dos partes. Un win-win. Comer con los ojos, cada vez más real.