Una de esas frases que te quedan de pequeño y que tus padres usan para controlar tus amistades es aquella que dice:
Dime con quién vas y te diré quién eres
Tal cual. Porque a medida que vamos creciendo, vamos aprendiendo de los que tenemos alrededor. De los padres, los primeros. De tal palo tal astilla, que dirían. Pero también de nuestros amigos. Es inevitable que nuestro entorno nos contamine, para bien y para mal. Nos contagie, nos atraiga.
De hecho, el otro día en una cena con uno de mis mejores amigos, me lanzó una pregunta interesante. He de decir que se ha convertido en uno de mis amigos más cercanos pero apenas hace cinco o seis años que nos conocemos. Pero hemos encajado y es una persona con la que aprendes, que te aporta. Bueno, a lo que iba. Me dijo:
De los amigos de toda la vida, si los conocieras a día de hoy, ¿seguirían siendo tus amigos?
Interesante. De pequeños, nos hacemos sobre todo con los compañeros de clase, de fútbol, de inglés… Más o menos todos con la misma rutina, la de ir a clase y hacer travesuras. A medida que nos hacemos mayores y tomamos decisiones más importantes, vamos segmentando más y mejor, y mantenemos esos contactos por rutina. Porque son tantos años y tantas cosas vividas, que la relación es muy profunda. Pero seguramente esa amistad perdura por piel, por cicatriz, no por interés o porque te aporte.
¡No estoy diciendo que hay que dejar de ser amigos, eh! Está perfecto mantenerlos y si te necesitan allí estarás o viceversa. Pero quiero hablar de los otros, los que vas encontrando por el camino a medida que te vas haciendo mayor. Los circunstanciales del trabajo por ejemplo. Gente con la que mientras estás haciendo un proyecto juntos, consigues una relación muy cercana, pero luego cuando termina te distancias porque no existe esa piel, esa cicatriz de la adolescencia.
Le pregunté a otro amigo que se había casado hace cinco años: ¿distaría mucho la gente que vino a tu boda con la que invitarías a día de hoy? Me dijo que sí, sobre todo en los compañeros de trabajo. A muchos ahora no los invitaría, y en cambio invitaría a otros con los que ahora está codo a codo en algún proyecto. Pero los de toda la vida, esos se mantenían todos.
¿A dónde quiero ir a parar con todo esto? Siempre recordaré una frase que me dijo en una cena el gran Luis Aragonés después de ganar la Eurocopa de 2008: «Yo ya no tengo edad para hacer nuevos amigos. No me importa conocer gente, pero amigos, no quiero hacer más«. Él lo tenía claro, llega un momento en la vida que conoces a mucha gente, y gente interesante seguro, pero para amigos están los de toda la vida.
Y en esta época de internet en la que tenemos miles de amigos en Facebook, seguidores en instagram, montones de likes y de followers; seguramente es la que tenemos menos amigos, o les damos menos importancia. Yo no sé vosotros, pero yo tengo poco tiempo libre y el poco que tengo le quiero dar valor y no desaprovecharlo. Por eso quiero estar con mis amigos, los de piel de toda la vida que les quiero aunque seamos tan diferentes; y luego con gente que me aporte, que sume, que me enseñe.
Y lo resumo con una frase que escuchaba en el podcast del gran Chris Ducker:
Attract the best, refuse the rest. (Atrae lo mejor, rechaza el resto)
Nos sirve para los amigos, para los blogs, los podcasts, las series, a la gente que seguimos, a los que vemos, escuchamos y compartimos. El tiempo es oro (mira, otra frase mítica) y no podemos desperdiciarlo. Juntémonos con lo mejor, y dejemos el resto.