Hay trabajos que suelen ser ingratos porque solo nos acordamos de ellos cuando las cosas no funcionan. Y cuando funcionan como deben los olvidamos porque es ‘lo normal’. Si hacen bien su trabajo son como trabajadores invisibles. Y en el mundo de los medios de comunicación donde los egos cotizan a tanto el quilo, ellos son los últimos de la fila. Me refiero a los técnicos de los medios audiovisuales y a los informáticos. Aquí va una oda a todos ellos.

Los medios de comunicación, aunque sean considerados empresas esenciales dentro del estado de alarma, también tienen que cuidar la salud de sus trabajadores. Así, casi de un día para otro, muchos medios enviaron al 80% de la plantilla a trabajar des de sus casas. La lógica en medio de una crisis sanitaria de las dimensiones de la que estamos viviendo decía esto, pero a la práctica, ¿los medios estaban preparados para llevar a cabo este éxodo de las redacciones periodísticas? En muchos casos no. Y para que los ciudadanos podamos seguir informados sobre la evolución de la pandemia, el trabajo ingente de los técnicos y los informáticos está siendo crucial.

Los medios digitales 100% se han adaptado con facilidad porque trabajar en remoto ya era su día a día, aunque tuvieran una redacción física. Pero los medios de comunicación clásicos están viviendo una auténtica revolución tecnológica exprés, y sin anestesia.

Si estos días estamos escuchando programas de radio en qué cada presentador y redactor entra en antena des de su casa casi sin que se note, es gracias a los técnicos, esos personajes que viven detrás de la pecera. Con el añadido que mientras los periodistas están confinados en su casa por su seguridad, los técnicos sí que tienen que estar físicamente en los estudios para que todo funcione y se oiga bien.

Y los periódicos de papel siguen saliendo cada día aunque sus redacciones parezcan unas oficinas abandonadas de una película de catástrofes. En este caso es gracias a unos informáticos que han puesto todo su ingenio para que la máquina de un periódico siga funcionando desde 200 (o más) casas particulares. Los mismos informáticos que muchos redactores no saben ni su nombre y solo los visitan en sus lúgubres despachos cuando su ordenador se ha colgado, y ellos repiten con paciencia ‘¿has probado de reiniciarlo?’.

En las televisiones el efecto ha sido un poco distinto, ya que técnicamente la televisión en directo solo se puede hacer desde los estudios, y ‘solo’ han aumentado las conexiones por videoconferencia con tertulianos, colaboradores y expertos. Pero ellos también son de los pocos trabajadores imprescindibles para que la televisión siga emitiendo, y tienen que estar ‘ahí’.

De esta crisis los medios de comunicación aprenderán muchas cosas. De todo lo que están haciendo de una forma más o menos improvisada para salir del paso, algunas cosas, como que el teletrabajo es más factible de lo que los directivos creían, se quedarán. Y confío que otra cosa que quede también de todo esto es que se valore muchos más el trabajo de unas personas imprescindibles, e invisibles, en toda redacción periodística y que el gran público a menudo desconoce.